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"Fiestas religiosas y tradiciones paganas en el concejo de Aller"

 

Sr. Concejal de Cultura del Excmo. Ayuntamiento de Aller, Miembros de Consejo editorial de la Revista, Señoras y Señores, amigos:

            Me es grato participar en la presentación de este sexto número de la revista cultural Estaferia Ayerana; un número ordinal – el sexto- que, curiosamente, tiene que ver con el nombre propio de la revista, Estaferia, que no es otra cosa, como se sabe, que una derivación de la expresión latina sexta feria, es decir, el sexto día de la semana, que los antiguos dedicaban a trabajos comunales. Expresión que, por otra parte, conoce en nuestra lengua, distintas variantes: sestiferia, sustiferia o, simplemente, estaferia, que fue el término finalmente elegido para la publicación. Y, ciertamente, el nombre le conviene bien a la revista, ya que, como declaran sus creadores, ésta nace con el propósito de servir de vehículo cultural del Concejo de Aller, mediante el trabajo y la colaboración de todos aquellos que, de una u otra manera, puedan aportar algo relacionado con los diversos campos temáticos que en ella tienen cabida.

            En nuestro caso, y seré muy  breve en mis razonamientos - como exigía D. Quijote -, (por)que ninguno hay gustoso si es largo –añadía el hidalgo -, digo que en nuestro caso, hemos querido contribuir a la edición de este número con un breve trabajo en torno a determinadas manifestaciones festivas -religiosas y profanas-, que desde bien antiguo conviven en nuestro concejo y también, obviamente, en otras partes fuera de él.

            La génesis de este artículo de corte descriptivo se halla en un estudio más amplio que, bajo el título de Delles fiestes nel conceyu d’Ayer, fue publicado en 2007 por la Academia de la Llingua Asturiana, dentro de un monográfico de la Revista Cultures –publicación magníficamente dirigida por el profesor Roberto González Quevedo- y que está dedicado en su integridad a lo que podríamos llamar La fiesta asturiana, un total 19 artículos que recogen distintas manifestaciones festivas esparcidas por los distintos pueblos y concejos de Asturias –muchas de ellas ya, irremisiblemente perdidas para siempre -.

            Para este trabajo, hemos recorrido diversos pueblos pertenecientes a las 18 parroquias del concejo, con el objetivo fundamental de contar cómo se celebraban y celebran determinadas fiestas y tradiciones populares, sin pretender en ningún caso entrar a analizar cuestiones relacionadas con sus valores de contenido, entendiendo que a otros les corresponde esa labor global de interpretar el significado y sentido de costumbres, tradiciones y festividades de un pueblo.

            En ese recorrido hemos comprobado –y así lo decimos en la introducción– cómo las fiestas religiosas y las tradiciones profanas se entremezclan en nuestro concejo desde tiempos inmemoriales. Sabemos que la iglesia cristianizó lugares de culto pagano – S. Vicente de Serrapio, podría ser un buen ejemplo – y ubicó fiestas religiosas allí donde había manifestaciones profanas bien arraigadas – San Juan, en el solsticio de verano, sería otro claro ejemplo – con lo que el calendario festivo anual de los pueblos de Aller es fundamentalmente un calendario de tipo religioso, pero profundamente impregnado de otra serie de manifestaciones festivas de tipo pagano, procedentes de antiguas costumbres y viejas tradiciones, que la iglesia no logró erradicar.

            Por ello, hemos querido recoger algunas muestras de esas manifestaciones, que pervivieron hasta nuestros días, pero que, desgraciadamente, van desapareciendo a un ritmo vertiginoso. Y es que – como decimos también en esta publicación - tanto las fiestas religiosas como las profanas que se celebraban en los distintos pueblos del concejo de Aller van a menos. Las primeras, cada vez más debilitadas, van quedando reducidas a sus elementos simbólicos básicos, llegando incluso a su desaparición. De las segundas, apenas si queda rastro y solo permanecen en el recuerdo de la gente mayor o, en el mejor de los casos, aletargadas bajo ciertas tradiciones y costumbres.

            Los profundos cambios sociales habidos en los últimos tiempos hicieron que muchas de esas fiestas y tradiciones perdieran su significado y su sentido primigenios: justamente por eso desaparecieron. Hoy carecería de sentido, por ejemplo, ponerse masivamente bajo la advocación de San Blas –protector de la garganta de los niños y fiesta de gran tradición y arraigo en la parroquia de Santibanes de la Fuente- cuando las enfermedades de la garganta constituyen un asunto menor que la medicina convencional tiene totalmente resuelto. De igual modo, carecería de sentido – o seríamos tomados por locos- si acudiéramos la mañana de San Juan a tomar la rosada, revolcándonos entre la pación, con el fin de curar determinadas enfermedades de la piel, que hoy, para la dermatología moderna, ya no guardan ningún secreto.

            No obstante, todas ellas forman parte de nuestro acervo cultural más inmediato y debiéramos hacer todo lo posible por recuperarlo y mantenerlo, al menos en la memoria, por lo que desde aquí invitamos a todos a ese trabajo conjunto de recuperación y rescate de nuestros valores y tradiciones más propios.

            Por la brevedad exigida por don Quijote –y también por los organizadores de este acto- daremos únicamente tres cortes sincrónicos que ejemplifiquen esto que decimos y a la vez hagan más amena la intervención:

            Las fiestas del invierno en los pueblos de Aller se cerraban con el Antroxu -la entrada a la Cuaresma-, una de las épocas festivas más importante del calendario, de claro carácter transgresor y de inversión de los papeles sociales habitualmente establecidos y donde, nuevamente, conviven elementos inequívocamente paganos – xaréu y folixa - con otros de evidente procedencia cristiana – tiempo de ayuno, oración y privaciones. Por antroxu  la gente joven se disfrazaba con ropa vieja: los hombres de mujeres, las mujeres de hombres; el caso era transgredir y no ser reconocido. Y por supuesto, era fundamental una abundante comida, con carne asgaya, sobre todo de cerdo, acompañada después de buenos postres caseros, principalmente frixuelos; por esta época en Conforcos se comían las corbatas –que no tienen nada que ver con las de Unquera-: eran simplemente castañas secas, cocidas con piel. Así que con el estómago bien lleno, por la tarde noche a antroxar y facer trastaes:

¿Atroxesteis yá?

Si nun antroxesteis, antroxái,

que l’antroxu allá vos va.

            Un vestigio claramente pagano que tenía lugar el martes de carnaval era la cenzarrá: todos los rapaces corriendo por los pueblos, con cencerros y esquilas atados a la cintura, cuantos más mejor, metiendo cuanto ruido podían. En Felechosa nos llamaba la atención que, hartos ya de recorrer caminos y caleyas, los mozos se acababan reuniendo o aconceyando todos en las proximidades del pueblo en alguna vega o descampado, no sabemos si para recontar las huestes o más bien por alguna enigmática llamada de tipo tribal. En otras ocasiones, los actos festivos eran de carácter más sosegado y tranquilo, como las comparsas que recorrían el pueblo de La Pola  cantando alegres y poéticas  cuartetas y coplas asonantadas como la que aquí transcribimos, de boca de Isabel Rodríguez Suarez – a quien desde aquí queremos rendir tributo a su memoria-:

Cual canté a l'amapola

nos trigos castellanos,

así brilla nuestra Pola

nos valles alleranos.

Gloria a ti, Pola querida,

donde feliz yo nací,

para ti será mi vida,

mi corazón para ti.

Viva La Pola del Pino,

porque ye’l pueblu donde nací.

Viva mi Pola querida,

porque no puedo vivir sin ti.

 

 

            Hasta hace bien poco todavía se conservaba otra manifestación tardía del antroxu: era el día de las trastás, que se celebraba en la mayoría de los pueblos el sábado de Pascua  por la noche: mozos y rapaces salían por los pueblos en busca de travesuras, a cual más disparatada: cambiaban cosas y enseres de sitio, atravesaban maderos en las caleyas, colgaban carros y forcaos de los árboles, de los campanarios o del mismísimo texu de Santibanes – que hoy ilustra la publicación de este sexto numero- . Incluso tocaban las campanas hasta el amanecer, anunciando, en aparente armonía, la Resurrección de Cristo. Dónde acababa lo pagano y donde comenzaba lo religioso, no lo sabemos.

            Pero si había alguna fiesta donde la (con)fusión entre lo religioso y lo profano era bien evidente, esa era el domingo de Ramos. En muchos pueblos, rememorando la entrada de Cristo en Jerusalén, era tradición bien arraigada el que los niños y jóvenes acudieran a misa con un carrescu (acebo), cuanto más alto mejor, adornado con lazos y cintas de colores. Algunos eran tan altos que ni cabían en la iglesia, por lo que esperaban en el cabildru la bendición del cura. Una vez benditos, partes del árbol se guardaban para ponerlos por las casas y caserías y así prevenir los malinos. Y junto a esta tradición, en algunos pueblos, la noche de Ramos, los mozos tenían también por costumbre poner en las ventanas o corredores donde había mozas ramos de flores y adornos varios. Si las mozas eran guapas y atractivas colocaban rosas y guirnaldas, si no lo eran, entonces un brazáu de narvaso era suficiente.

            Y como último corte, la fiesta de San Juan, que supuso la cristianización de antiguas celebraciones que festejaban el solsticio de verano; en ella aparecen manifestaciones mágicas, propias del mundo cultural asturiano, asentadas en cuatro elementos básicos: fuego, agua, vegetación y mitología. La noche de San Juan transcurría entre estos elementos mágicos: se engalanaban las fuentes con flores y ramos verdes; los balcones con ramas y santamarías –una por cada miembro de la familia-; también se colocaba la flor de xabú, que tenía “más virtud”. Por la noche, se encendía la foguera de San Xuan. A continuación, mozos y moces danzaban y bailaban alrededor de la hoguera –en Casomera los danzantes se unían unos a otros mediante un palo- e incluso saltaban por encima de ella: si no tocaban las brasas probablemente se casaran a lo largo del año. En casi todas las casas se colocaba a la ventana, a las doce de la noche, un vaso de agua de la fuente o del río, al que se le añadía una clara de huevo –en Conforcos decían que tenía que ser de pita negra- y al día siguiente, dentro del vaso, aparecía una reproducción de la barca de San Juan o también –según otros- de la basílica de San Pedro. En fin, era la noche mágica en que todo era posible: en Felechosa sostenían que era la noche en que nacían todos los grillos y saltamontes – antes de San Juan  no había ni uno-.

            Al día siguiente, en la mañana de San Juan, al despuntar el alba, había que ir a tomar la rosá a los prados, a las fuentes o incluso al río. Unos bebían el agua, otros se lavaban con ella y no faltaba quien prefería revolcarse por entre el verde para purificar su cuerpo y curar enfermedades de la piel. En muchos casos, el agua se llevaba para casa y se guardaba – suponemos que cuidadosamente separada del agua bendita, de la que también se hacía acopio y provisión para todo el año-.  En Rubayer dicen que esta agua ye bueno pa los males de la piel, pero hay que cogerla antes de que le pique el sol, si no, ya no vale; allí recogimos esta copla alusiva:

El día del agua, madre,

a la fuente madrugué

y en la corriente del agua

una naranja encontré.

            En fin, quizás se entienda mejor ahora, entonces, el potencial de esos versos populares que encabezan esta publicación:

La mañana de San Juan

anda el agua de alborada

 

Nuestro reconocimiento al Área de Cultura del Ayuntamiento de Aller, muy particularmente a su Concejal, Santos Fernández Fanjul, así como a los miembros del Consejo editorial de la revista. Y nuestro agradecimiento a todos los informantes alleranos y a todos los aquí presentes. Muchas gracias

 

Oviedo, 5 de noviembre de 2010

Genaro Alonso Megido


 

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